Levantarse a toda prisa porque no sonó la alarma, mal vestirse y correr a la cocina a preparar un pseudo café porque “no se puede empezar el día sin café”. Esperar el transporte mascullando maldiciones porque viene con retraso, porque hay demasiada gente, porque huele mal, porque se subió uno a cantar y qué molesto; o lidiar con el tráfico tocando incansablemente la corneta, lanzando gritos de odio al que se equivocó de canal y se mete delante, o al motorizado que pasa como si fuese Meteoro; llegar al trabajo ya de mal humor y comenzar con las labores desde la incomodidad y el hastío; hablarle mal al compañero que viene a preguntar cualquier cosa, atender la reunión con la mandíbula apretada porque no dio tiempo a bajar a fumar, servir con desgano y hasta con rabia al cliente que pide un jugo de naranja natural porque hay que exprimirlas y qué fastidio…
Escenas que se repiten en loop como el famoso día de la marmota, con matices, pero en líneas generales así, en la tensión constante, en la inconsciencia respecto a las decisiones que pueden transformar nuestra realidad. Pronto empiezan a aparecer los resultados de esas rutinas: enfermedades, depresión, ataques de pánico, soledad, frustración, vacío.
Llevo mucho tiempo dándole vueltas a este tema. Como seres humanos tenemos un poder que pasa desapercibido porque estamos constantemente en modo supervivencia: podemos D E C I D I R.
Y no me refiero a decidir si hoy nos ponemos un pantalón o una falda. O si comemos pollo o granos. Hablo de las decisiones trascendentales que parecen pequeñitas e insignificantes pero que terminan siendo las que pueden verdaderamente generar un cambio en nuestros días: priorizar el descanso antes que el consumo audiovisual nocturno, modificar nuestros hábitos alimenticios y elegir una bebida menos irritante que el café para iniciar el día, preparar (no comprar) un desayuno amable para nuestro sistema digestivo, decidir no reaccionar sino empatizar ante la lentitud del que va delante de nosotros, practicar la paciencia con el cliente que viene en ese mismo loop y ofrece una mala contestación.
Cualquier cambio (por inalcanzable que parezca) está a una decisión de distancia (o varias, concatenadas). Podemos decidir vivir en la ignorancia, es válido, claro. Pero también podemos decidir cambiar nuestra perspectiva, abrir el compás y entender que la vida es mucho más de lo que nos pintaron durante todos los años en los que fuimos preparados para entrar en el bucle, tenemos la capacidad de elegir hacia dónde transitan nuestras corrientes de pensamientos, podemos elegir la música que nos acompaña y la forma en que lo hace, podemos seleccionar los mensajes que enviamos y a quién se los enviamos y de qué manera los enviamos. Podemos escoger las palabras que saldrán de nuestra boca. Podemos decidir si queremos construir puentes o destruirlos. Podemos “defender la alegría” (me repito, pero es tan poderosa esta decisión) y manifestar la gratitud. Podemos sonreír en medio del caos y quizás ayudar a otro a ver con claridad y a transformar también sus decisiones con este simple gesto.
Un segundo de pausa, una respiración profunda y, sobre todo, una decisión de cortar con patrones obsoletos nos acercan a un estilo de vida más humano. Un pensamiento crítico nos permite observar que las realidades actuales no son necesariamente las más saludables que hemos habitado como humanidad. Un verdadero sentimiento de humanidad nos acerca a la verdad que somos como sociedad. Y no es una verdad bonita.
¿Te has preguntado cómo sería la vida si todos decidiéramos ser genuinamente mejores? Si en vez de escoger la violencia (que tiene tantísimas formas y no todas llevan un grito o un puño como bandera) eligiéramos la serenidad y la empatía, si en lugar de la velocidad nos decantáramos por la ligereza y la pausa, si pudiéramos adentrarnos en las profundidades del ser sin miedo y con la esperanza de encontrar solaz en la vida sencilla y en la gracia de habitarnos desde el amor sin filtros y sin condiciones.
Hay días en los que decido sufrir haciéndome estas preguntas. Días en los que los niveles de consumo a mi alrededor me saturan el alma y comienzo a navegar por estos océanos oscuros y densos como la buena brea. Son esas preguntas esenciales del ser que no van asociadas a una respuesta, sino a una quimera.
Hoy es uno de esos días. Y decido compartir la duda con ustedes, que amablemente me leen, sin ningún fin aleccionador. Simplemente a modo de disertación y con la esperanza de escuchar las opiniones que tienen en este respecto.
Que no falte un abrazo y mi gratitud infinita por el tiempo que me dedican.
Cositas interesantes
Interesantísimas, diría yo. Aquí les dejo, amor puro <3
Por favor, seamos poesía
Una joya de la literatura africana: Birago Diop.
El soplo de los ancestros
"Escucha más a menudo
A las cosas que a los seres,
La voz del fuego se escucha,
Escucha la voz del agua,
Escucha en el viento
Al zarzal sollozando:
Es el soplo de los ancestros.
Aquéllos que han muerto no se han ido nunca
Están en la sombra que se alumbra
Y en la sombra que se espesa,
Los muertos no están bajo la tierra
Están en el árbol que se estremece,
Están en la madera que gime,
Están en el agua que corre,
Están en el agua que duerme,
Están en la cabaña, están en la multitud
Los muertos no están muertos.
El soplo de los ancestros muertos
Que no se han ido,
Que no están bajo la tierra,
Que no están muertos.
Aquéllos que han muerto no se han ido nunca,
Están en el seno de la mujer,
Están en el niño que llora,
Y en el tizón que se aviva,
Los muertos no están bajo la tierra,
Están en el fuego que se apaga,
Están en el peñasco que se queja
Están en las hierbas que lloran,
Están en el bosque, están en la morada,
Los muertos no están muertos.
Escucha más a menudo
A la cosas que a los seres,
La voz del fuego se escucha,
Escucha la voz del agua,
Escucha en el viento
Al zarzal sollozando:
Es el soplo de los ancestros.
El reitera cada día el pacto,
El gran pacto que une,
Que une a la ley nuestra suerte;
A los actos de los soplos más fuertes
La suerte de nuestros muertos que no están muertos;
El pesado pacto que nos une a la vida,
La pesada ley que nos une a los actos
De los soplos que se mueren.
En la cama y en las orillas del río,
Los soplos que se mueven
En el peñasco que se queja y en la hierba que llora.
Los soplos que moran
En la sombra que se alumbra o se espesa,
En el árbol que se estremece, en la madera que gime,
Y en el agua que corre y en el agua que duerme,
Los soplos más fuertes, que han tomado
El soplo de los muertos que no están muertos,
Los muertos que no se han ido,
Los muertos que no están más sobre la tierra.
Escucha más a menudo
A las cosas que a los seres."